Vivas y Libres nos queremos

Vivas y Libres nos queremos

 

Escuchar las historias de las sobrevivientes de la Trata y explotación sexual como Alika Kinan, Sonia Sánchez, las compañeras de AMADH, o Elena Moncada es escuchar los relatos más crudos de violencias y torturas. Ser sometidas a cualquier tipo de actividad sexual, soportar golpes y humillaciones, no poder elegir el uso de preservativos o el consumo de drogas, por unos pesos para comer y mantener a la familia, es la definición más clara de lo que es la prostitución. Dice Sonia Sánchez “Hay hombres que las orinan, que no usan preservativos, que las eligen cuando están embarazadas y que no las dejan ni menstruar porque le colocan inyecciones”, graficando claramente lo que es el calvario de la explotación. 

Una realidad que viven miles y miles de mujeres, trans, niñas

y niños, que son reclutadas en los prostíbulos de las ciudades, miles y miles que son explotadas en los cordones de las rutas, miles y miles que son sometidas en las zonas rojas de cada provincia, o que son trasladadas desde los barrios más pobres de las provincias del interior o de los países vecinos. Miles y miles y miles que encuentran en las redes de explotación lo que el estado no les garantiza: un ingreso económico que les permita la supervivencia a ellas y sus familias. Y aunque no existan números certeros de este flagelo –porque el Estado se niega a relevar esa información que dejaría bien claro la profundidad de este problema– basta con salir a recorrer las calles y ver que ésta es la realidad de las mujeres y trans que paran en Constitución o en Flores, en capital; o las mujeres que están en los prostíbulos de Ushuaia, o en las “casitas” del sur; o las ruteras del norte del país. Someterse al deseo de un otro, que amparado en el poder que les da el dinero hacen con esos cuerpos cuanto se les venga en gana.

La explotación sexual tiene un doble componente garantizado por el estado; por un lado la posibilidad de “comprar” con dinero o cualquier mercancía los cuerpos de mujeres y trans; por otro la expulsión de estos sectores del mercado de trabajo, la condena a la pobreza. Esto se ve con tanta claridad cuando las políticas del ajuste arrojan contingentes al desempleo y la pobreza; Lohana Berkins lo explicaba claramente cuando decía que antes de la crisis del 2001 ella paraba en Plaza Flores a vender mercadería; después de la crisis seguía parando en la misma esquina pero entonces era ella la mercancía.

El Estado garantiza el funcionamiento de este negocio millonario con sus funciona-rios cómplices, con sus políticas de ajuste, garantizándoles impunidad a los tratantes y proxenetas, y reglamentando la explotación con sus leyes locales, como lo demostró Alika en el histórico juicio que le ganó a los proxenetas y al estado municipal.

El combate contra este flagelo es la lucha contra el Estado Proxeneta, y la política de los gobiernos del ajuste y de la impunidad. También es la pelea a brazo partido contra aquellos sectores del movimiento de mujeres que ahora nos quieren vender la explotación sexual como una realidad que ya no se puede modificar o peor aún, como un encantador camino a la liberación sexual. Sectores del movimiento de mujeres en los que se escudan los proxenetas y tratantes, que hacen los verdaderos negocios millonarios.

Dar por sentado que nada puede hacerse, y que lo único que resta es conseguir algu-nas leyes laborales es condenar a decenas de miles a las violencias más terribles e incluso la muerte, como ocurrió con la compañera travesti Ayelén Gómez.

Ninguna ley, ni jubilación ni ART puede apaciguar el daño físico y subjetivo que significa la violación sistemática en las redes de explotación.

Pero llegar al colmo de querer vender que la explotación sexual puede ser una forma de liberarse, de revolucionar la realidad es realmente repudiable! Aquellas que levantan las banderas “Pro-Sexo” mienten al negar las relaciones desiguales en las que estamos, mienten al decir que es sólo un intercambio comercial, mienten al negar las violaciones, los golpes y las torturas. Mienten al negar que las mujeres y trans entran en esas redes por un plato de comida. Porque esa es la realidad de las cientos de miles de víctimas alrededor del mundo. 

La única salida para este flagelo es la lucha por la abolición de la explotación sexual y la trata, y no es “mientras tanto” si se aparta de ese horizonte.  Por eso la primera pelea que tenemos que dar para combatir la explotación, es la exigencia de Trabajo Genuino, que garantice (con subsidios y capacitación mientras tanto) un ingreso económico, que no empuje a las mujeres a los brazos  de los proxenetas. Sin trabajo el negocio de la prostitución seguirá siendo el destino único para tantas compañeras. También hay que arrancarle a este gobierno planes de Vivienda y de Salud, y luchar contra la impunidad de la justicia patriarcal que libera a explotadores y tratantes. Todo esto en el camino de la pelea por el des-mantelamiento de las redes de trata y explotación sexual. Porque vivas y libres nos queremos.