El feminismo se divide frente al ajuste K
Cuando empezamos a tomar conciencia de las injusticias que ocurren en el mundo, suele suceder que nos “enganchemos” más con alguna en especial, porque la sufrimos en carne propia o porque en nuestra época surge tal o cual movimiento de lucha que nos impacta. Pero es natural también que, a medida que nos involucramos, las experiencias y las reflexiones nos lleven a odiar todas las situaciones de opresión y desigualdad, sobre todo cuando empezamos a ver las profundas relaciones que existen entre esa injusticia particular que nos llevó a la lucha activa, y otras de las que hasta ese momento no éramos conscientes.
Esta sana tendencia a la unidad entre los que luchamos contra cualquier opresión o explotación, se enfrenta a la propaganda de los que defienden el capitalismo y quieren que las cosas sigan más o menos como están; si no pueden evitar que las luchas surjan, intentan obstaculizar la unidad de los luchadores contra el enemigo común: los explotadores, el Estado, la Iglesia y los partidos del régimen. Así, ya en el primer movimiento feminista de EE.UU., por ejemplo, cuyas fundadoras habían participado en el movimiento abolicionista de la esclavitud, aparecieron burguesas que sostenían la siguiente posición: “las mujeres tenemos que reclamar el derecho a ser dueñas de esclavos igual que los hombres; el programa feminista es la igualdad entre hombres y mujeres, la cuestión de los negros no es asunto del feminismo”. Durante mucho tiempo nadie les dio bola a esta clase de aberraciones. Durante todo el siglo XX y en todo el mundo, la lucha feminista y la de los trabajadores, negros, gays, de independencia nacional, etc., fortalecieron su alianza contra el capitalismo imperialista y patriarcal.
Recién desde los años 80-90, tiempos de derrota del movimiento obrero y popular y avance desaforado del capitalismo, los académicos proimperialistas lograron imponer un sentido común completamente opuesto: “tenemos que luchar solamente por nuestra reivindicación específica; cualquier acercamiento a otras luchas amenaza con diluir nuestro reclamo y dispersar nuestras fuerzas”.
En esta visión fragmentaria de la sociedad y de la lucha se apoyan las feministas burguesas de hoy, ahora que estalló la crisis, para alejar al movimiento de mujeres de la pelea contra el ajuste, contra los despidos y suspensiones. En la preparación de la última marcha del 8 de Marzo, Las Rojas peleamos duramente contra las feministas K, logrando que la marcha se pronunciara contra el ajuste. Ellas se retiraron de la marcha, a pesar de lo cual logramos la movilización del Día Internacional de la Mujer más grande de la historia argentina: 10.000 personas.
La primera variable del ajuste
Pero no se trata solo de la necesidad de las K de defender al gobierno; el feminismo tradicional no participa en ninguna lucha, ni siquiera en las de derechos humanos, que no tenga estrictamente que ver con el derecho al aborto, la violencia o el tema al que se dedique cada grupo en particular. Aquí hay dos problemas, uno humano y otro político. ¿Cómo creer que un movimiento puede ser sensible a los sufrimientos de las mujeres a causa, por ejemplo, del aborto clandestino, pero no se le mueve un pelo ante los sufrimientos que la miseria les causa a esas mismas mujeres? Las personas somos una unidad, y cuando se actúa así, con políticas tan fragmentarias, se termina defendiendo principios abstractos, como el “derecho a decidir sobre nuestros cuerpos”, pero sin preocuparse por crear las condiciones para que ese derecho se pueda ejercer, que es lo que le da contenido a nuestra lucha.
Y ocurre que a partir de la devaluación de enero, el ajuste económico de Kristina y la oposición está logrando que las condiciones para obtener y ejercer nuestros derechos como mujeres se alejen cada vez más, y a gran velocidad. En momentos de crisis siempre somos las mujeres quienes cargamos con la peor parte. Somos las primeras en ser despedidas de puestos de trabajo ya terriblemente precarizados. En casa “cuidamos los precios” con un salario que no es siquiera nuestro y nos vemos aisladas de cualquier pelea que podamos dar para enfrentar el ajuste.
Este esquema se ve una y otra vez en la historia de las mujeres, que salen y entran del mercado laboral a gusto y piacere de los mercados, dependiendo de las necesidades del capitalismo para paliar sus crisis. En períodos de pleno empleo y expansión capitalista, vemos la posibilidad de ser incluidas en la producción; pero al llegar la crisis, somos la primera variable del ajuste. Al mismo tiempo, solo accedemos a los puestos peor remunerados y con peores condiciones de trabajo.
El plan para nosotras en la crisis se completa obligándonos a ahorrar dinero a costa de que la labor doméstica se vuelva más esclavizante y pesada, porque intentamos suplir con trabajo lo que ya no podemos comprar.
Tal es la situación de las mujeres en nuestro país, que hasta el Indec se vio obligado a hacer un poco de “numerología” para ver cómo andamos con el trabajo no remunerado en los hogares de la Argentina “nac & pop”. Lejos de encontrarnos con gratas sorpresas, vemos un panorama que explica estadísticamente por qué las mujeres vivimos de lleno en un ataque de nervios: el 89% de las mujeres que no son madres se hacen cargo gratuitamente del trabajo doméstico y en el caso de las que sí lo son, la cifra aumenta a más del 95%. En promedio (entre las mujeres que pueden pagarle a otra mujer para que las ayude y las que no), usamos el triste número de 1250 horas de nuestro año en cortar verduras, volver a aprender a multiplicar, lograr que todos coman algo que les gusta sin gastar demasiado, barrer las migas que tira al piso una familia entera y demás “tareas livianas” como sacar los piojos, calmar berrinches o bajar la fiebre.
Sin embargo, cuando decimos que las mujeres trabajadoras somos la primera variable del ajuste, no nos referimos únicamente a la agotadora realidad cotidiana que millones de mujeres soportan para tratar de llegar a fin de mes y que su núcleo familiar no perezca en el intento. Cuando la pobreza aumenta, aumenta la barbarie en las relaciones humanas; los lazos sociales se rompen y se impone “la ley del más fuerte”, que, como ya sabemos, en cuestión de género es la ley del psicópata. Esta violencia recargada se abate sobre mujeres a las que, encima, la creciente pobreza les dificulta aún más las vías de escape, que son la vivienda propia y trabajo genuino.
El mismo efecto produce la crisis económica sobre la otra tragedia de las mujeres en el capitalismo: la trata y la prostitución. Agreguemos que “ajuste” quiere decir también que se recorte el presupuesto estatal para los ya escuetos planes contra la violencia y la trata, mientras despiden y persiguen a los trabajadores de los hospitales que pelean para que se garantice el derecho al aborto no punible.
Cada caso concreto de violencia o aborto es la suma de muchas opresiones
La necesidad de unir la lucha feminista a las luchas obreras y populares no nace únicamente de los libros de marxismo; cuando nos involucramos en casos de violación o femicidio, peleando junto a los familiares de las víctimas por meter preso al violador o al asesino, o frente a la negación de un aborto no punible, cada uno de esos casos ha sido, para nosotras y los familiares involucrados, una cátedra sobre cómo conspiran “la familia, la propiedad privada y el Estado” en la vida real de las mujeres.
Y por lo tanto, Las Rojas hicimos de cada uno de esos casos una tribuna de denuncia política de la hipocresía del gobierno K, del machismo extremo del Poder Judicial, etc., pero también una oportunidad para construir un programa para la emancipación de las mujeres.
Así, para pelear contra la violencia familiar, proponemos luchar por trabajo genuino para las mujeres, en principio a partir de la obra pública, y por que el Estado obligue a los patrones a capacitar y tomar mujeres en sus empresas, para que la dependencia económica no sea una cadena que nos ate a la violencia.
La lucha contra la trata, cuando baja de las nubes de la academia (o del parlamento) a la realidad, enseguida plantea la necesidad de que el Estado provea de vivienda y trabajo inmediatos a las víctimas de las redes, que hoy, después de ser “rescatadas” en súper operativos mediáticos, vuelven a ser “rescatadas” en el siguiente operativo, porque en poco tiempo de desocupación y abandono por parte del Estado, caen de nuevo en las garras de los proxenetas.
Y en cuanto a las mujeres que acceden a un puesto de trabajo, la última huelga docente fue una expresión de la bronca acumulada por los salarios de miseria y las deplorables condiciones de trabajo en escuelas superpobladas y destruidas, donde los trabajadores, el 90% mujeres, reciben también en el “segundo hogar” las consecuencias que la creciente descomposición social provoca en los chicos y sus familias. ¿Cómo llamarse feminista y no movilizarse en apoyo de las miles de trabajadoras que lucharon contra todo esto durante 17 días en todo el país?
Si querés luchar por un verdadero programa de emancipación para las mujeres, Las Rojas te invitamos a pelear junto a los trabajadores, para que el gobierno y los patrones no nos hagan pagar la crisis con más violencia, más trabajo esclavo, más aborto clandestino y menos independencia económica.